Adiós 2020, adiós
- Lucía P. Álvarez
- 28 dic 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 31 ene 2021
Han pasado seis meses desde mi última entrada en este blog y he decido escribir una despedida para cerrar el año. Un bonus track de las despedidas porque, qué otra cosa se merece este imprevisible e inolvidable 2020. En mi cabeza tengo una barrera mental invisible que me empuja a pensar que a las 00.01 horas del 1 de enero de 2021 nos despertaremos del mal sueño como hizo Resines porque quiero creer, quiero soñar.
Estos últimos seis meses de "nueva normalidad" culminaron el pasado domingo 27 de diciembre cuando el brazo izquierdo de Araceli, una mujer de 96 años que vive en una residencia de Guadalajara, recibió un pinchazo con el contenido de la esperada vacuna, el antídoto del covid-19.
Reordeno mi vida y echo la vista atrás para contar la segunda mitad de mi 2020 que está, a la vez, muy cerca y muy lejos. Tengo una sensación vertiginosa de que ha pasado un año de mi vida en el que a duras penas he avanzado en algo, pues todo se ha visto empañado por un contexto lleno de incertidumbre, mascarillas y distancias sociales (si llevas gafas, el vaho es además literal). Hemos cambiado cosas de nuestro comportamiento impensables en enero, como que ya no damos dos besos a desconocidos, sino que nos chocamos el codo ridículamente o asentimos con la cabeza. Nos lavamos las manos con gel hidroalcohólico. Hemos incorporado PCR y antígenos a nuestro vocabulario, como dice mi amiga Sara. Se ha impuesto un toque de queda que depende de la comunidad autónoma en la que vives. Y a todo esto se suma lo que no hemos hecho y teníamos pensado hacer, algo que te deja un vacío en el pecho desgarrador y a lo que por respuesta solo queda "seguir adelante y disfrutar de lo que se pueda". Porque, personalmente, no he salido mal parada de 2020 después de todo.
Bien, recapitulo desde el fin de la cuarentena (todo lo anterior está en otros posts).
Julio. Este mes estuvo marcado por nuestra mudanza. Fani y Elena se fueron a hacer las Alemanias en el último giro argumental que nos deparó la primera mitad de 2020, así que inicié una nueva búsqueda de piso con Belén. En un flechazo de amor a primera vista, nos quedamos inmediatamente con el segundo piso que vimos, un apartamento pequeño pero cuqui y ubicado en Lavapiés. De todos los millones de bloques de edificios que hay en Madrid, no quería yo mudarme a ese en concreto porque aquello parecía producto de una cámara oculta, pero Belén me dio un puñetazo metafórico de realidad convenciéndome de que era "una fantasía", la casera era adorable, de que viviríamos a diez minutos del trabajo y de que era lo más barato que habíamos visto en Idealista. Así que nos lo quedamos y buscamos un tercer compañero por redes sociales sin éxito hasta que los planetas se alinearon para que Iván decidiese dejar su independencia y vivir con nosotras. Compró una planta de dos metros de alto para el salón, adornó los balcones con lucecitas y más plantas y perfumó la casa con Serge Lutens. En medio de la mudanza, me reencontré con mis padres, que me abrazaron nada más verme (chúpate esa, covid), y también leí el Panza de Burro de Andrea, la benjamina canaria de mi promoción de máster que, precisamente este año, se ha colocado entre las mejores escritoras del país.
Agosto. Ah, agosto, el mes de las vacaciones. El mes empezó con una charla en el poyete (palabra que aprendí este año) del bar Benteveo que pensándolo ahora parece sacada de (500) Days of Summer y acabó siendo el mes marcado por las desavenencias del virus. El karma hizo de las suyas y, un día antes de mi vuelo a casa, Jose dio positivo por coronavirus. Además de haber estado en contacto con él, estuve cinco días mareada como un choco tirada en la cama, aislada en una cuarentena preventiva hasta tener los resultados. Me metieron el desagradable palito por la nariz y, dos días después, me dijeron que la prueba dio negativa, pero que cumpliese igualmente los quince días de aislamiento. En caso de haber salido positivo, otro sospechoso de positivo me había propuesto su deseo de pasar una nueva cuarentena juntos viendo películas de Woody Allen, pero eso se truncó también, tal y como estaba escrito. Y, como conclusión, de dos semanas de vacaciones me quedé con una. Risas enlatadas.
Septiembre. Tradicionalmente es el mes de los cambios, como cuando cambias de curso escolar. Lo más emocionante que ocurrió es que me corté el pelo y, aunque soy consciente de que me hace más adulta y mayor, voy a seguir abonada al pelito corto y liso durante una temporada. Además, finalmente me empadroné en el ayuntamiento de Madrid, algo que no parece un movimiento muy inteligente por mi parte pero que después de tres años y en plena pandemia, una se da cuenta de que un médico de cabecera fijo es necesario.
Octubre. El mes comenzó fuerte con una aventura con Ainhoa y Nacho de fiesta. Con fiesta me refiero a estar en casa de un amigo suyo porque así fueron las fiestas en 2020: en casas, no en bares ni en festivales. Lo reconfortante es que estos acontecimientos son de los que nacen las amistades. No obstante, lo más importante de octubre fue que hice dos entrevistas de un trabajo que encontré en Infojobs y que, por el momento, ha cambiado el devenir de mi vida.
Noviembre. Trump perdió las elecciones. Abandoné el Museo del Prado después de dos años y medio, cerré etapa y me impuse nuevos objetivos. Soy tan inconformista que me agoto a mí misma, pero hay que quererme así. Mi rutina ha dado un giro, empezando por despertarme a las 7 de la mañana y tener que sacarme el abono adulto del metro. El último finde del mes conocí a un chico con una perrita adoptada adorable que se parece a la de un meme y a la que no he vuelto a ver. Fue bonito. Marlen también encontró trabajo y eso nos da un empujoncito de esperanza a todos y Aitor volvió de Luxemburgo, no sé por cuanto tiempo.
Diciembre. Después de mucho tiempo, tuve un puente laboral. Pasé un fin de semana en Alcalá de Henares. Se aprobó la Ley de Eutanasia. Volví a casa por Navidad, en una Nochebuena en la que cené únicamente con mis padres y a distancia porque el virus no se fue en estas fechas y gente como Marina está en su cama, durmiendo veinte horas seguidas, sin oler siquiera la lejía y costándole respirar. Las medidas en Redondela durante esos navideños días fueron: reuniones de 4 personas no convivientes máximo, cierre de comercios y bares (solo terrazas) a las 17h, toque de queda a las 23h y cierre perimetral del ayuntamiento. Esta vez no abracé a mis padres ni a mis amigas. Volví a Madrid un día después del inicio de la campaña de vacunación, así que espero darles un achuchón la próxima vez que vuelva.
Lecciones aprendidas en este 2020: no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, se puede hacer un grupo de amigos sin haber bailado nunca reggaeton juntos, hay que cuidar las amistades y a la gente que te quiere, ser menos egoísta e individualista y no dejar de buscar trabajo aunque hayas tocado el fondo del pozo más profundo.
Libro favorito: Normal People
Serie favorita: Little Fires Everywhere
Película favorita: El apartamento (no, no la había visto)
Canción más escuchada: Dreams de The Cranberries.
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