This girl is on Pfizer
- Lucía P. Álvarez
- 18 jul 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 29 ago 2021
El 16 de julio de 2021 a las 15.40 horas me entregaron mi certificado Covid.
"Lucía, ya lo has pasado, ¿no? Bien, pues solo te ponemos una dosis de la vacuna. ¿En qué brazo la quieres?", me preguntó el funcionario del Hospital Clínico San Carlos. "En el izquierdo", respondí. El señor, que ese día ya había hecho la misma operación unas mil veces antes, imprimió el documento que me situaba más cerca de la inmunidad al virus: Una dosis de Pfizer/BioNTech lote X. Pauta de vacunación completa. O como dice Chris Mann en su parodia de la canción de Alicia Keys: 'This girl is on Pfizer'.
Rebobino a la semana anterior, cuando se abrió el proceso de "autocita" de vacunación contra el covid para la gente (¿podemos decir jóvenes?) entre 25 y 29 años. Abrí la aplicación y vi que mis opciones para vacunarme esa semana de julio eran El Corte Inglés de Arapiles o el hospital Zendal. La primera os sorprenderá, porque nació como una concesión a empresas privadas para convertirse en centros de vacunación. La segunda, un hospital cercano al aeropuerto, me quebaba a hora y media de distancia en transporte público. Esperé un poco más y empezaron a abrir plazas para vacunarse en hospitales. Empezaron a llegarme mensajes felices y jolgoriosos de mis amigos, que también consiguieron cita para esos días (algunos para vacunarse en el Wizink Center a las 3 a.m).
Vuelvo al hospital San Carlos, donde guardé una cola lenta pero constante (el ritmo de vacunación en el hospital era de, mínimo, 20 pinchazos por minuto) y una enfermera me invitó a sentarme en una silla azul. "Esto es solo un pinchacito. Si ves que tienes malestar, mareos, escalofríos o fiebre te puedes tomar un paracetamol". Desenfundó la aguja, apretó mi piel con sus dedos y, clinnn, suero Pfizer para adentro. Los más escépticos (ha habido y supongo que seguirá habiendo personas denominadas antivacunas cuando leáis esto) dirán que me inyectaron un microchip de potente señal 5G configurada por el todopoderoso Bill Gates para tenerme geolocalizada. Para testar científicamente esta teoría, una de las pruebas que realizaban los antivacunas era acercar una moneda de cobre al brazo. En sus vídeos explicativos, la moneda se pega al lugar del pinchazo como si fuese un potentísimo detector de metales (no obstante, por mi brazo resbalaba el céntimo como si me hubiese echado lubricante).
Ya con la inyección (o 5G) dentro de mi organismo, me senté quince minutos en la sala de espera junto a los demás compañeros de vacunación, por si ese cuerpo extraño nos hacía alguna reacción inmediata. Me hice un selfie del momento histórico, lo subí a Instagram y salí por la puerta. Era un caluroso día en Madrid, de esos en los que el sol abrasa a 37º C, respiras ahogada dentro de la mascarilla y te suda la espalda.
Esta es la historia de mi vacunación contra el COVID-19. Cogí la línea 3 de metro y me bajé en la parada de Callao. La señora que tenía al lado se quedó mirando fijamente el esparadrapo en mi hombro izquierdo. ¿Sería una antivacunas o simplemente estaría contenta por ver que ya habían vacunado a una jovencita?
Resumen/historial familiar de la vacunación:
Mamá/Mi tías Loli y Soli/Mis tíos/Abuela: dos dosis de Pfizer
Papá: dos dosis de Moderna (siempre a contracorriente)
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