top of page

El fin de ciclo de la nueva normalidad

  • Foto del escritor: Lucía P. Álvarez
    Lucía P. Álvarez
  • 19 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 20 ago 2020

Han pasado 94 días desde el inicio de la cuarentena. Así, sin avisar.

Contar las semanas de encierro dejó de tener sentido en cuanto se aliviaron las restricciones del confinamiento, allá por el madrileño día del 2 de mayo, pero a veces me gusta recordarlo. Porque no sé vosotros, pero yo ya tengo que esforzarme para recordarlo. La cuarentena ha sido un abrir y cerrar de ojos y me da vértigo haberme olvidado casi por completo, como si aquello fuera una experiencia muy lejana y surrealista. Solo me acuerdo de los efectos del coronavirus cuando veo a gente de mi alrededor agobiada, pero yo ya no me agobio nunca, estoy haciendo vida normal (excepto por llevar mascarilla) y todo parece un sueño de Resines. Salvo porque ahora todo empieza a cambiar de verdad.


Esto me pasa porque mi cuarentena no fue la experiencia horrible que debería haber sido (vivimos una pandemia, maldita sea), sino que la llevé realmente bien, como un parón que necesitaba. Cuando me preguntan qué tal he pasado este momento supuestamente traumático, no tengo nada malo que contar: viví la cuarentena con gente que quiero. Evidentemente habría sido ideal que no hubiese restricciones de movilidad y poder escaparme a Galicia de verdad y no por videollamada, pero, por otro lado, viendo lo que se viene ahora, valoro lo bueno del encierro siendo consciente de lo egoísta que es.


La burbuja del confinamiento se pinchó y esta semana se ha precipitado todo tanto que tengo la necesidad de escribir algo similar al guion del último capítulo de Friends, cuando los chicos abandonan su piso de juventud. En un mundo paralelo con risas enlatadas donde uno siempre bebe café en el mismo sofá, Fani y Elena serían Mónica y Chandler cambiando de vida para asentarse y buscar un futuro mejor y Belén y yo seríamos Joey, las que nos quedamos en la ciudad y nos disponemos a rodar un spin-off.


El lunes empieza la nueva normalidad, que trae consigo poder desplazarnos y cambiar Madrid Río y las vistas a la zona monumental de los Austrias por otra cosa. Elena ha sido la primera en abandonar nuestro nido. Se ha ido a Málaga en unas merecidas vacaciones antes de hacer las maletas de verdad, cobrando sentido lo que dice mi madre cada vez que hago una mudanza grande: “parece que marchas para Alemania”. A Fani le queda poco para hacer lo mismo, dejando atrás el Manzanares por el Spree, Pedro Sánchez por Angela Merkel y las tablitas de jamón ibérico por el bratwurst (nótese que es la única comida que me sé en alemán junto a chucrut y kartoffel). Belén y yo seguiremos juntas en esta normalidad con mascarilla, al menos por un año más. Vamos a vivir en pleno centro de la ciudad, acorde con el fin de nuestro abono joven del metro y con la vida social que empezaremos después de la marcha de dos amigas insustituibles.

En la calle donde un día Goya plasmó sus pinturas negras hemos reído y hemos llorado. Nos hemos caído y nos hemos levantado. Hemos bailado. Hemos visto películas indies con subtítulos. Hemos hecho fiestas. Hemos cotilleado a nuestros vecinos. Hemos estado días sin agua caliente. Hemos hecho pan. Hemos puesto luces de Navidad. Hemos hecho desayunos y sobremesas interminables...


Este blog se llama Memorias del Coronavirus y por desgracia el virus no se ha extinguido, pero nuestra vida juntas evitándolo sí. Esto sí que es un fin de ciclo a lo grande y no lo del Barça de Guardiola.

 
 
 

Comentarios


  • Negro del icono de Instagram
  • Icono negro LinkedIn

©2020 por Lucía Pérez Álvarez

bottom of page