top of page

“Es solo una gripe fuerte”

  • Foto del escritor: Lucía P. Álvarez
    Lucía P. Álvarez
  • 16 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 31 ago 2021


Pongámonos en situación. La primera vez que leí algo sobre el coronavirus fue en Twitter. No es de extrañar, últimamente solo me entero de la actualidad por esta red social. Era enero de 2020 y los compañeros del Museo del Prado empezábamos a comentar la situación. Miles de turistas procedentes de China, epicentro del brote, visitaban la pinacoteca, ¿y si nos contagiábamos? Como no había ningún hipocondríaco en plantilla, la posibilidad nos hizo bastante gracia a todos.

Un día de febrero nos trajeron guantes y mascarillas. Me puse los guantes pero aguanté poco con ellos. ¿Os habéis dado cuenta de lo incómodo que es el látex, de la sensación de tener los dedos apretados y estrujados? Sí, si eres un tío probablemente ya lo sabías. No volví a ponerme los guantes y continuamos con las bromas sobre contraer aquella gripe de la que hablaban. Embadurnábamos nuestras manos con gel hidroalcohólico (todavía no había escasez) y listo. Algunos compañeros se pusieron la mascarilla y los jefes bajaron para pedir prudencia y no ser alarmistas. Que se la quitasen, que qué era aquello de llevar una mascarilla.

Poco a poco empezó a descender el número de turistas con pasaportes chinos. Ya solo venían japoneses y coreanos. De eso nos dábamos cuenta nosotros, los trabajadores del museo, porque una pareja de visitantes pidió la devolución de las entradas al ver que “había mucho chino dentro”. ¿Racismo vírico? Check.

El virus llegó a Italia y ahí ya se empezó a mascar la tragedia. Seguimos viendo documentos italianos hasta el último día de apertura del museo, ya a mediados de marzo. Pero, de nuevo, creíamos que los medios de comunicación estaban siendo muy alarmistas. Lorenzo Milá se hizo viral tranquilizándonos desde Milán, todavía sin saber que las cifras empezarían a subir como la espuma unos días después, casi al mismo ritmo que los memes en Twitter, que, os recuerdo, es principalmente donde yo sigo esta crisis. ¿Desinformación? Check.

Inevitablemente, aunque nos negábamos a creerlo, el coronavirus comenzó a acaparar todas las conversaciones. En el trabajo, en el metro, en los bares y en casa. En mi piso comentábamos indignadas la importancia que se le estaba dando a un resfriado. Bien es sabido que todos los españoles llevamos dentro a un entrenador de fútbol, pero ahora también llevamos a un analista de virus infecciosos. En casa barajamos varias posibilidades para explicar esta psicosis. Solo nos faltaba el gorrito de papel de aluminio. Elena defiende al régimen chino y dice que la crisis está dejando una mala imagen del país. ¿Sería un complot de Occidente para derrocar al nuevo Imperio? Nos cuadraba. ¿Alguna guerra comercial de algún tipo? Sin duda. ¿Hay algún lobby detrás de esto? ¿Será acaso que la industria del plástico, denostada por la lucha contra el cambio climático, va a salvarnos la vida con guantes y mascarillas? Greta Thunberg no lo vio venir.

La cancelación del viaje a Turquía con escala en Milán de Fani y Elena nos hizo dudar de la posibilidad de que el virus fuese real. El cierre de colegios y universidades en Madrid ya nos puso la mosca detrás de la oreja. La recomendación de teletrabajar, no coger el transporte público y el cierre del museo nos empezó a abrir los ojos. El cierre de todos los establecimientos, excepto supermercados y farmacias, nos hizo bajar al Día a comprar pasta y llenar un poco la despensa. (Tuvimos que ir a otro supermercado para comprar papel higiénico). La declaración de cuarentena y estado de alarma nos dejó ya boquiabiertas, negándonos a escapar a Galicia como tantos otros y a planificar el confinamiento en Madrid con responsabilidad.


Vale, vamos a palmar.



Comments


  • Negro del icono de Instagram
  • Icono negro LinkedIn

©2020 por Lucía Pérez Álvarez

bottom of page