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Mi abuela combate el miedo

  • Foto del escritor: Lucía P. Álvarez
    Lucía P. Álvarez
  • 23 mar 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 13 abr 2020

Mi abuela no es una mujer de muchas palabras, pero cuando la situación requiere algún análisis profundo siempre suelta alguna genialidad. Parece ser que ha acuñado el término “coronavirus”, ese patógeno que nos ha cambiado la vida, como “o conavirus”. Para mis lectores no gallegos debo aclarar que “cona” significa “coño”, por lo que mi abuela ha inventado un juego de palabras para perderle el miedo al virus, al menos verbalmente.


Y es que este virus del coño nos ha dejado a todos encerrados en casa. Algunos tienen más suerte que otros, porque mi abuela tiene compañía y sigue teniendo sus dos casas (una conectada con la otra), su jardín, su huerto y sus animales. Se ha quedado sin su actividad de ocio, que era ir a misa con las vecinas y enterarse de las novedades del pueblo, pero ya os imaginaréis cuál será el tono de las noticias de ahora. Mejor que siga cuidando de sus gallinas y sus conejos y mire el Telexornal de la Televisión de Galicia con prudencia.


Se llama Benedicta, pero en Cesantes todo el mundo le llama Benada. Es gracioso porque obviamente esto genera confusión y, a veces, le llegan cartas a nombre de “Venada”. Pero lo cierto es que no es una mujer de enfadarse, salvo con el cerdo que cuida (“tira para atrás, Satanás”, le dice a veces), con el que supongo que no quiere mantener una relación muy estrecha porque, al fin y al cabo, en diciembre va a tener que pasarlo por el picadero. Pero mi abuela sí tiene ese típico carácter gallego entre redención y pesimismo. Entre el “ah, qué le vamos a hacer” mientras se encoge de hombros y el “ay, Dios mío, qué desgracia”. Es hija de la posguerra y el racionamiento, aunque ahí era todavía muy pequeña, así que está viendo este momento histórico desde otra perspectiva. La crisis estará controlada en agosto, cuando cumpla 80 años y celebre la fiesta familiar que tiene que hacer.


No conocí a mis dos abuelos, pero sí a mi otra abuela, Nardita, que era muy de hablar. Me da mucha pena que mi línea temporal no fuese acorde con la suya, porque cuando debíamos tener más conversación yo era una adolescente más bien tímida, pasota, y prefería hacer otros planes. Son esas cosas de las que no te das cuenta y luego te arrepientes. Mi abuela Narda era muy aprensiva, no tanto con ella sino con los demás, y siempre estaba preocupada por todo. Ese lugar en mi familia, porque en todas tiene que haber alguien que se encargue de preocuparse y conectarnos a todos, es ahora mi tía Loli, que me llama más que nunca. Esta es una de las consecuencias negativas de esta crisis sanitaria: la preocupación constante de los que se desviven por ayudar a los demás y que no pueden hacer nada por evitarlo.


Es extremadamente cruel que esta pandemia mundial esté poniendo en peligro a nuestros abuelos, así que quedaos todos en vuestra casa, utilizad mascarillas y guantes y dejad que ellos luchen contra el virus desconocido poniéndole un nombre gracioso desde el sofá, siempre alejados de él.


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©2020 por Lucía Pérez Álvarez

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