Semana Santa confinada
- Lucía P. Álvarez
- 9 abr 2020
- 2 Min. de lectura
Tener un puente en cuarentena no es un puente, es una paradoja. Afrontamos nuestra cuarta semana de confinamiento con las líneas divisorias de los días ya difuminadas, viviendo en el mismo espacio-tiempo y sin diferencias entre un día laboral y uno festivo. No es que yo note mucha diferencia con mi vida cotidiana, pero lo grave es que ahora prácticamente toda la población mundial tiene la misma sensación.
La Semana Santa nunca ha sido una fecha señalada para mí excepto la de 1994, ya que casualmente nací un Jueves Santo. Lo sé porque mi padre siempre cuenta que le fastidié el descanso viniendo al mundo aquel día, pues en aquella época al padre solo le correspondían tres días libres, es decir, Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua en su caso. A él le pasó entonces lo que estamos viviendo ahora, una confusión entre días libres y fiestas, aunque aquello fue causado por una recién nacida adorable y no por un virus altamente contagioso.
Con el tiempo, eliminado ya cualquier signo religioso de este festivo (de pequeña significaba estrenar ropa para que el cura me bendiciese la palma), pasó a ser únicamente la fecha en la que mi madre continúa con la receta familiar y hace roscones de Pascua y empanada de manzana. Cuando puedo pasar esos días en casa, le ayudo. El jueves por la noche preparamos la masa mientras ponen 'Espartaco' o 'Ben-Hur' en Televisión Española, la dejamos levedando y el viernes madrugamos para hornear mientras ponen 'Los Diez Mandamientos'. Es un ritual que me gusta bastante porque, además del entretenimiento que supone el proceso de elaboración, la casa huele a anís durante días.
Era mi intención perpetuar la tradición en Madrid porque este año tengo dos cosas que no tenía antes: tiempo y un horno. El problema es que me faltan ingredientes. El aislamiento ha convertido a los españoles en una especie de amish o monjas de clausura y la levadura es el nuevo papel higiénico. A todos se les ha dado por hacer pan (a Fani también) y ahora los gallegos estamos desabastecidos para hacer roscones, pues lo único que se hace aquí son torrijas, un postre a base de pan rancio, leche y azúcar.
Me avisa Iberia que puedo pedir un reembolso por el vuelo que tenía programado para ir a casa estos días. Desde luego que preferiría estar viviendo una Semana Santa confitada desayunando roscón y no confinada.
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